Fue tierra, resistente y humeante.
Fue aire, dejándose caer para volar por un campo lleno de fieras.
Fue Agua, se sostuvo para mirar como su cuerpo mutaba.
Fue fuego, ardió para arder por siempre, y así convertirse de nuevo en la luz de la noche.
Ahí cuando el rugir de cosmos movió cada célula, ahí cuando ya no era una si no mil ojos que penetraban su alma.
Agudizando los sentidos.
Convirtiendo cada órgano en un infinito baile de estrellas.