Livianos caminamos dejando que una sola cosa nos alejara:

ese silencio que se apoderaba de cada espacio.

Nos tocamos sin tocarnos, nos amamos sin amarnos, nos morimos y vivimos.

Oscilaba el espacio entre lo vacío y lo rebosante, ese limbo donde solo se encontraban nuestros cuerpos.

Danzábamos entre sonidos y silencios, esos que provienen de las ramas cuando se tocan unas con otras.

De la misteriosa vida debajo del agua. Esa que nacía sin preguntas, esa que tenía como única respuesta, la nada.

Mientras esa danza continuaba se detuvo el viento.

No existió el tiempo, solo se escuchaba la respiración esa que nos conectaba con el vuelo no con alas sino el vuelo de dos pieles tocando sus almas.

Luz y sombra, presencia que tiene el silencio de las imágenes, no como ajenas, sino aquellas imágenes que hacían parte de esa mismísima nada.